Los viejos iroqueses cuentan esta historia para que los más jóvenes aprendan a ser bondadosos con los ancianos.
Y cuentan que hace muchos inviernos, y más veranos aún, en un pequeño poblado iroqués, apareció un día un anciano desconocido. El anciano vestía harapos. Parecía cansado e irritado. Entró en el pueblo y miró la puerta de cada casa. Sobre las puertas podían verse los emblemas de los clanes de sus ocupantes.
El anciano se dirigió a una choza que tenía por emblema la figura de la Tortuga. Sus moradores eran de ese clan.
Llamó a la puerta, y pidió comida y alojamiento por esa noche.
Pero la mujer que salió le dijo que se fuera, negándole toda ayuda.
Entonces recorrió las casas que pertenecían a los clanes del Lobo, de la Nutria y del Ciervo, de la Anguila, la Garza y el Águila, y en cada una de ellas le trataron con desprecio y le expulsaron.
Al fin, cansado y abatido, el anciano llegó al final del pueblo. Allí vio una pequeña cabaña y colgando sobre la puerta la cabeza de un oso negro. Era la casa del Clan del Oso.
Una mujer también anciana salió de la casa y, al verle tan cansado, preguntó al extraño si quería descansar en su humilde morada y compartir con ella el poco alimento que le quedaba.
Le dio de comer.
Extendió una mullida piel de ciervo sobre un camastro y le preguntó si quería reposar allí su cansado cuerpo.
Al día siguiente, el extraño enfermó y le atacó una fiebre muy alta.
Le pidió a la mujer que fuese al bosque y le consiguiera cierta clase de planta.
La instruyó sobre la manera de preparar dicha planta para hacer con ella la medicina que necesitaba.
Una vez tomada la medicina, el anciano se recuperó.
Sin embargo, aquel anciano volvió a caer enfermo en días sucesivos, y cada vez con distintas enfermedades.
Y para cada enfermedad enviaba a la anciana al bosque a recolectar diferentes clases de hierbas.
Y cada vez que regresaba con las hierbas, el anciano le daba instrucciones sobre su preparación y le indicaba cómo hacer las medicinas que cada una de sus enfermedades precisaba.
Y siempre, tras tomar la medicina, sanaba.
Un día que la anciana trabajaba fuera de casa, vio que ésta despedía una gran luz.
Se fijó más y vio un apuesto joven de pie ante la puerta de su choza de madera. Su cara brillaba como el sol.
El corazón se le llenó de miedo al pensar que quien estaba ante ella era un espíritu.
Pero el joven replicó: " No tengas miedo, pobre mujer. Soy tu Creador. He vuelto a las casas de los Iroqueses bajo la forma de un anciano. He vagabundeado de casa en casa pidiendo comida y abrigo".
"Solo tú, del Clan del Oso, me abrigaste y alimentaste".
"Por esta razón, te he enseñado los remedios que en el Otro Mundo conocemos para curar enfermedades". "Muchas veces caí enfermo".
"Muchas veces te envié al bosque a recoger hierbas.
Y te enseñé a extraer las medicinas de ellas".
"Cada vez que tomaba esas medicinas sanaba".
"Por ello, desde ese día todos los médicos pertenecerán al Clan del Oso".
"Los miembro de tu Clan serán los eternos Guardianes de la Medicina, por los tiempos de los tiempos".
Moraleja: Hay que respetar a las personas mayores, porque son las más sabias.
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