En tiempos de guerra, en un
refugio de la gran ciudad de Londres, un niño de cuatro años, Tom, le preguntó
a su madre:
-
¿Dónde está papá?
Brielle no sabía qué contestarle.
La duda la consumía por dentro cada noche y ella, no hallaba respuesta alguna.
-
Pues… Ahora mismo papá está en… Bueno… - No sabía qué
decirle para no hacerle daño.- Está combatiendo el mal para que gane el bien,
¿sabes? Nos protege y nos quiere tanto que no desea que nos pase nada malo.
Entonces, llamaron a la puerta de
improviso. Era un funcionario militar. Ella se esperó lo peor y sus sospechas
se vieron confirmadas. El papel empezaba: “Sentimos comunicarle que su marido…”
No pudo seguir leyendo. La carta se resbaló entre sus dedos y el tiempo se
detuvo. La madre sintió que el mundo se le echaba encima y unas lágrimas de
dolor se desprendieron de su alma destrozada. Más lágrimas fluyeron a través de
sus cristalinos ojos y lo que sintió después fue como si alguien le clavase un
puñal en el corazón. Sintió una profunda agonía y un dolor insoportable. Fue a
abrazar a su hijo.
-
¿Qué te pasa mamá? ¿Por qué lloras? Mamá - el niño
empezó a llorar al compás de su madre-, ¿le ha pasado algo a papi?
-
No cariño. Lloro porque las personas malas se han hecho
más fuertes y papá va a tener que quedarse un poquito más ayudando a las
buenas.
La mujer trató de secarse las
lágrimas y sonreír a su hijo.
-
¡Mi papi va a ser un héroe! ¡Qué bien!
-
Sí, mi vida, pero para que lo sea tendrás que
esperarle, y puede que pasen algunos años, ¿serás capaz de esperarle y tener
mucha paciencia? – Preguntó.
El niño asintió y Brielle
suspiró. Poco después, ella le acostó en la cama y fue a contemplar el cielo
nubloso. “¿Debería contarle a mi hijo que su padre ha fallecido en el campo de
batalla? ¿Debería decirle que su querido y admirado padre había intentado
luchar por su vida y por su país con todas sus fuerzas, pero que aun así no
había sido suficiente? ¿Debería?” Reflexionó. “No, le dejaré vivir en un mundo
en el que su padre siga vivo y en el cual él sea lo más feliz posible. No
quiero ahogar sus ilusiones”.
Se secó las lágrimas y observó
cómo un tímido rayo de luz asomaba sus extremidades luminosas de entre las
nubes para inundar de una luz cálida las frías calles londinenses.
Moraleja: Has de decidir lo mejor para tus queridos en los momentos difíciles, aunque ello suponga ocultarles la verdad para no hacerles daño.
LRA ©